24 febrero 2007

Misión Negra Ipólita


ISLA MARGARITA.—Ramón llegó a Isla Margarita buscando fortuna, con la esperanza de encontrar techo y empleo en algún casino, o en uno de los lujosos hoteles con vista a las espléndidas playas del mar Caribe.
Magalys nació aquí mismo y la vida la condujo por el camino del alcohol y de las drogas. Gregorio vino de Carúpano, territorio continental, a cargo de sus siete hijos.
Todos, y otras 240 personas, por alguna desventurada razón, terminaron viviendo literalmente en la basura.
Cada día, competían por pedazos de cobre o aluminio, por piezas de ropa usada o por las sobras de comida que desde los centros turísticos enviaban al vertedero.
De retazos de tablas, lata y cartón, levantaron sus ranchos. Con ripios de tela vistieron a sus familias. Nuevos niños comenzaron a nacer en aquel ambiente pútrido, y aprendieron a ganarse el sustento desde pequeños, disputándose la basura con los samuros y los roedores.
El vertedero de El Piache, al pie de los cerros donde cuentan que la Virgen del Valle, patrona del oriente venezolano, apareció por primera vez ante los indios de este lugar hace quinientos años, era un sitio olvidado por Dios, y por los gobiernos que durante décadas se sucedieron en el país.
A Gregorio Millán, aún se le aguan los ojos al recordar a sus hijos tiritando de frío, cubiertos con cartones y bolsas de nylon, debajo del aguacero. “Me daba muchísima lástima verlos allí y no poder hacer nada. Uno es mayor y aguanta, pero ellos están empezando a vivir”.
Así sucedía en cada rancho, cuando la lluvia comenzaba a acercarse a los morros de la costa Sur. “Yo enseguida buscaba plásticos para arroparme con mis pequeños, y esperábamos a que escampara”, recuerda Minerva Suárez.
De sus 50 años de edad, 29 transcurrieron en el vertedero. “Aquí pasé las buenas y las malas. Llegué embarazada de mi segundo hijo y luego tuve cuatro más”.
¿Salir del basurero? Lo soñó toda la vida. Sobre todo en épocas electorales, cuando los políticos aparecían en busca de votos. “Cada vez que había elecciones nos ofrecían villas y castillas, y después nadie cumplía. Nos miraban con desprecio, como si fuéramos cosas extrañas”.
Los parásitos, la diarrea y la sarna, terminaron convirtiéndose en males congénitos. “Los muchachos se enfermaban siempre”, cuenta Ramón Antonio Marín.
Durante 27 años buscó materiales reciclables, sin fallar un solo día. Ni siquiera la vez que una paca de cartón demasiado pesada le abrió la cintura, o cuando se cortó la mano con el filo de una botella rota, mientras hurgaba en la inmundicia. “Tengo una mujer y cuatro hijos, que dependían de lo que sacara de la basura”, explica.
Pero si sale la luna…
Constructores que van y vienen, retocando detalles. Niños que asisten a la escuela y que juegan sobre el asfalto. Adultos que hoy esperan una beca para estudiar o un curso para aprender un oficio… Magali Careño se pellizca a cada rato para comprobar que no está soñando, y que su casa, sus muebles, su refrigerador y su televisor, existen de veras.
Demasiado fresco está aún el día en que dos autobuses llegaron al Piache para llevarlos a una urbanización que les fabricó el Gobierno bolivariano, mientras un buldózer destruía las chozas, que nunca más habrán de levantarse en el vertedero.
En La Isleta, cerca de la costa donde la gente rica levantó pequeños paraísos privados, están 50 viviendas, equipadas con todo. Las 11 restantes, en la céntrica zona del Mercado Secundario.
“El día que nos dijeron que recogiéramos los corotos, que veníamos para acá, me sentí joven otra vez”, cuenta Gregorio. “Se cumplió nuestro sueño. El presidente Chávez nos cambió la vida, nos dio esperanzas, por eso le deseamos que sea tan feliz como nosotros ahorita”, agrega Magali.
Sin embargo, su completa reinserción a la sociedad requiere tiempo, y deberá ir de la mano de psicólogos, sociólogos, médicos de la Misión Negra Hipólita, creada por la Revolución hace un año para luchar contra la extrema pobreza.
Se sabe que la solución habitacional es solo una parte del fenómeno, y que es preciso acompañarla con la creación de fuentes de empleo, talleres de convivencia y, en algunos casos, el tratamiento a la adicción a las drogas.
Pero un nuevo conflicto comienza a tomar cuerpo. Desde las quintas vecinas, la gente rica se opone a compartir el espacio con los habitantes del basurero y ha amenazado con vender sus propiedades. “Dijeron que si el gobierno nos traía para estas casitas, ellos se iban a ir, y se cayeron de la nube, porque el presidente Chávez quiere a los pobres.
“Por eso estamos comprometidos a mantener este lugar, a sembrar plantas y ponerlo más bonito cada día”, explica Yamilé, la mamá de Rody Jesús, el último bebé que nació en el vertedero, hace cuatro semanas. “Había muchas moscas y ratones, sé que le iba a ir mal allí. Pero ahora es distinto. Va a ser un niño sano y a estudiar”.